Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

sábado, 28 de enero de 2017

Piedras preciosas

C
orría el año 1987,  y antes de las siete de la mañana, ya  estaba vestido con guardapolvo blanco inmaculado, recién planchadito, medias azules hasta las rodillas, zapatos canadienses, camisa celeste, corbata azul con elástico, mi mama terminaba de peinarme completando la preparación poniéndome palo amargo (o cuasia amarga con alcohol). Mientras ella se distraía tomando unos mates, yo revisaba mis bolsillos, asegurándome de llevar lo importante: figuritas para intercambiar, las de menos valor para jugar, la punterita, un par de aceritos que mi viejo me traía del trabajo (ser el hijo de un mecánico traía estos beneficios cuando desarmaba algún ruleman), algunas bolitas comunes para pagar las perdidas, las piedras de la payana…
La escuela primaria N° 23, “Almafuerte” quedaba a 8 cuadras de mi casa y las recorríamos de ida y de vuelta caminando con mi madre, que a veces de regreso, traía su bici y me llevaba en el porta equipajes. 
Una vez que recitábamos en perfecta formación, la oración a la bandera e izábamos el pabellón nacional, cada uno con su maestra se iba a su salón. Una hora después, empezaba la verdadera jornada, en el primer recreo, en esos quince minutos llegamos a vivir vidas enteras, el tiempo parecía hacerse lento, y permitía las luchas más cruentas, las expediciones más apasionantes, los amores más sinceros…

Aquel día, aunque teníamos pendiente una partida de bolitas, había cambios en el patio que ameritaban otras activodades prioritarias, habían quitado el viejo cerco que daba a una parte antigua de la construcción, el primer casco de la escuelita, alli el piso era de piedra partida, las columnas de hierro forjado y las paredes de tablas de madera oscura. Recorríamos cada rincón, asombrados, conectándonos con el pasado, que era un mundo nuevo, y para nosotros representaba las más inverosímiles posibilidades.
El sol se levantaba y entre aquellas piedras desparejas, algo brillaba, todos lo vimos, pero fue Luisito quien corriendo hasta allí,  se tiro de rodillas y en sus manos levantó una piedra resplandeciente, en mil facetas centellante con los rayos áureos, era sin lugar a dudas, como esas que llaman preciosas en las películas.
La campana que llamaba al salón, nos encontró soñando con fortunas y reconocimientos por venir, algunos de nosotros imaginábamos casas enormes para nuestras madres, autos lujosos para nuestros padres, viajes a la madre patria para nuestros abuelos y hasta hubo quien se animó a verse como novio de la maestra.
Casi sin esperar el sonido que anunciaba el segundo recreo, empezó la carrera hacia la mágica cantera, pronto todos estábamos buscando frenéticamente más tesoros. Al final del día, todos teníamos varios guijarros relucientes, algunos pequeños, otras como lágrimas, incluso había un compañero que había encontrado una tan grande como la palma de su mano.
A la salida, nos despedimos con la promesa de guardar el secreto y continuar la recolección Dios mediante, caminábamos anchos, satisfechos, con la frente en alto y los bolsillos abultados de minerales lujosos.
Claro, basto llegar a casa, para que aquel sueño de riquezas, casas, autos, viajes y novias actrices o maestras, terminara. Cada uno de nosotros siguió con atención las diversas explicaciones de nuestros padres, que nos contaban acerca de las cuentas brillosas pero sin valor que se usaban antiguamente para fabricar las viejas arañas.

Todos, profundamente desilusionados tiramos nuestro botín, todos, todos…Bueno, todos excepto Luisito, que siguió buscando y coleccionando esas piedras, Luisito…, el mismo que hoy es presidente  y accionario principal del banco mundial.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Deporte mundial

F
laco favor les habían hecho a los amantes del balón pie, las camarillas, los sindicatos de futbolistas y los mismos artífices del juego, tanta huelga, tanto farandulerismo, tanto capricho…hasta aquel fatídico campeonato del 2020 el famoso año de la pelota pinchada, una huelga brutal en la que no se jugó ni un partido de potrero. Fue entonces que las empresas, los mega medios y las cadenas decidieron instalar otro deporte de masas, y se dieron a la monumental tarea de hacer de la bolita con guantes “el” deporte mundial.
Surgieron equipos profesionales, jugadores bajo estrictos contratos, que literalemente pertenecían a las cadenas, entrenadores, opinologos, estrategas, toda un recambio.

Por otro lado todos los barrios tenían su bolillodromo, con diferentes opis, de libre entrada, donde adultos y niños se congregaban para jugar con sus punteras más brillantes.
Las escuelas, los trabajos, los clubes de barrio y hasta la iglesia se habían convertido en excusas para juntarse y hablar/opinar de la última partida y ¿porque no?, ensayar algún tirito.

En horario central, todos se habían convocado frente a las pantallas, incluso los automovilistas y todos aquellos que no tenían acceso a ellas, sintonizaban sus receptores para por lo menos escucharlo, hablaba al mundo, dando cátedra, el bolillologo especialista Washintong Sarlanga: -Eh, nosostro estamo bien. Queremo dar el 110% en el juego, vamo por la gloria!!! Este último juego será de vida o muerte, mientras tengamos la bolita y la hagamos rodar, el triunfo es posible. Tengo fe, somos un grupo humano fuerte, tenemos las mejores bolitas, tenemos guantes, sabemo jugar, los demás, los demás no existen!!!

martes, 6 de diciembre de 2016

El bar de los éxitos guardados

U
na brisa tibia acariciaba las caras sonrojadas, trayendo en su interior los aromas de las plantas que colgaban de los balcones, podía con cada refrescante inhalación sentir cada una de ellas.
Zigzagueaba el adoquinado, buscando resguardo a mi inmensa tristeza, la angustia me oprimía profundamente pecho.
Entre a ese bar donde el tiempo se había detenido hace años, pisos de madera crujientes bajo mi andar, un ventilador de techo que se resistía a su trabajo, todo un ambiente imbuido en un tango de melodía infinita.
En la barra tres figuras sombrías se mantenían inmóviles como sumergidos en aguas oscuras y desteñidas.
Me ubique  junto al primer  candidato, quien reponiéndose rápidamente, parecía volver a la vida invadido ahora de nuevos colores y palabras: -Había que verme corriendo la cancha, de extremo a extremo, no pifiaba un tiro, “Dale campeón! Dale campeón!!” me gritaba la hinchada, todos lo decían mi futuro estaba en alguna liga europea, incluso la albiceleste tendría mi nombre en la espalda junto al número cinco; pero ese día fatídico, se había escrito el PRODE de mi destino, un nudo aprisionaba mi aliento, lo sentí, lo sentí, muy adentro y cuando debí aguantar el tirón, cuando debí jugarme y patear ese tiro con el alma,  zozobre, me deje ganar por el miedo, perdí, perdí mi chance…Luego de esta última palabra los tintes del fulano parecían diluirse, volviendo al plomo mas opaco.
El gemido del fuelle seguía en el aire… y el ambiente nebuloso arremolinándose, me empujó hacia adelante.
El segundo parroquiano, que había permanecido quieto, como sin vida, empezaba ahora a moverse cuando todavía no me había sentado junto a él. Ni bien me acomode en el taburete, el otro hora  incoloro,  pasaba su camisa de un ocre,  al más vivido color rojo punzo. Pronto lo oía relatar acerca de sus carreras…-Eran otros tiempos, los autos eran bólidos de acero puro motor, rugiendo por los caminos de tierra, donde el calor te mantenía al borde del infierno. Había ganado carreras por todo el país, me reconocían y vivaban en cada pueblo, los colores de mi escuadra vestían a chicos y grandes. La fórmula mundial tenía un lugar reservado para quien lo supiera ganar, esa carrera, esa última  y condenada contienda… el aire ahogado en mi interior, la garganta seca, era la hora de la verdad, debía acelerar a fondo, a fondo y dejar que el viento me lleve en su corrida, pero no pude, levante el pie y perdí. Al instante se petrifico y los pigmentos parecían irse como barridos por un chorro de agua.
Otra vez la música en primer plano, otra vez la niebla y su embrujo…
El tercer tipo empezaba a totalizarse, y pronto me vi sentado a su lado, pitaba un cigarro fragante, mientras profería profundas bocanadas de humo.
Una lágrima como congelada, ahora se hacía liquida y le recorría la mejilla:
-Éramos uno, potro y hombre, no se distinguía donde terminaba uno y comenzaba otro, recorríamos los éxitos de cada galopeada, sentía la opresión…

No lo deje terminar, salte de mi sitio y apure el paso, mientras caminaba e iba rompiendo los lazos de la bruma que intentaban detenerme. Ahora lo entendía, era el ahogo, la opresión, el  aliento a cuenta gotas, el saberse morir un poco, antes de la encrucijada, ahora la reconocía bien, era la oportunidad de una vida,  no la dejaría pasar, debía ir a su encuentro, no me perdonaría llorar eternamente su ausencia…

martes, 27 de septiembre de 2016

El motero

V
ivía feliz y contento, con una alegría que contagiaba. No, no le habían dado ninguna noticia que sobresalga de lo común.  Pero sabía bien que cada día era un regalo, que cada momento valía una vida, no me pregunten como, pero lo sabía.
Iba a todos lados simulando conducir una moto, brum, brum, para aquí, brum, brum, para allá.  Se vestía, para la ocasión, pantalones ajustados en las piernas, campera de cuero gastado, pañuelo rojo en el cuello. Adoraba sentir el viento en la cara y a falta de moto real, optaba por imaginar una, y una bien ruidosa.

Algunos lo miraban de soslayo, incluso cuchicheaban tras él, lo trataban de tonto, de loco y hasta de estúpido. Y en rigor de verdad, él podía bastante loco, pero no comía vidrio y cuando le querían tomar el  pelo, aceleraba haciendo bramar el potente ficticio motor, con lo que supuestamente no podía escuchar palabra y terminaba por desanimar al más crítico y persistente interlocutor.
Un día salió del almacén de la esquina, había ido a hacerle los mandados a Don Tito, que después de la última operación había quedado algo tullido y no podía alejarse mucho de su casa. Paso por delante de un grupo de muchachones que lo miraban desde lejos, y cuando se subió a la moto, rompieron en carcajadas. Uno de ellosse adelantó y haciéndose el espabilado, lo cruzo diciendo: -Ey, vos, pibe. Si, vos, el de la moto. ¿No sabes que andar sin casco es una infracción? Te pueden meter preso por eso.
Parándose en seco, hizo como que ponía la muleta de la moto, se peinó de costado una quimérica larga cabellera, lo miro fijamente y le respondió: -Tenés razón, acá en mi brazo el casco no protege nada, mejor me lo pongo, total las chicas del barrio ya saben lo lindo que soy. Le guiño, un ojo, hizo la mueca de ponerse el casco y salió quemando cubiertas.

Quedaron todos sorprendidos, incluso más porque el motero se perdió en una nube de humo blanco con olor a caucho chamuscado...

domingo, 25 de septiembre de 2016

Precioso

Me había acostado temprano, quería llegar rápido al día de la entrega, se me hacía imposible dominar la ansiedad.
En las primeras horas, me levante varias veces al baño, como excusa para ver el reloj, lo miraba de costado como con desprecio, ya que parecía marchar más lentamente que lo habitual.
 Promediando la madrugada, me puse la bata encima y tome ubicación más cerca de la puerta principal, de cuando en cuando, miraba por la rejilla hacia el exterior, tratando de escudriñar la llegada del pedido.
Sentado en el sillón las luces callejeras cortadas por la persiana, iluminaban los minutos y las horas de esa espera angustiosa, que de a ratos tomaba respiros en un sueño intranquilo.
Fue a eso de las nueve de la mañana cuando el sol refulgía por los intersticios, que el timbre resonó, no podía acertar con la llave correcta en la cerradura, y hasta se me cayó varias veces.
El despachante traía una pequeña cajita forrada con papel madera, no recuerdo como llego a mis manos, quizás se lo arrebate, no recuerdo tampoco  haber firmado los papeles de uso, lo cierto es que me encontraba ahora sobre la mesita del estar, inseguro sobre cortar o romper el envoltorio.
¿Qué importancia tendría mantener en condiciones el cobertor y la caja? Después de todo, quizás esto me quite tiempo de dedicarle a mi nuevo aparato.
Por cierto, había olvidado por completo que había faltado al trabajo, ya era tarde para cualquier cosa, incluso para pretender un refriado o cualquier indisposición temporal.
No importaba nada, ahora lo tenía, lo observaba de cerca, desde varios perfiles y no podía dejar de sucumbir ante la perfección de sus líneas. Tenía que empezar la carga de la batería, ocho horas seguidas por lo menos, era lo recomendable para extender su duración y si fuera por mí, quería que dure para siempre.
Me esforzaba por no ceder a mis deseos de verlo encendido y permanecí inmutable durante todo el tiempo de preparación.
Ay!!! Cuantas horas y mis extremidades se habían acalambrado, la posición penitente hacia el hermoso aparato había entumecido mis rodillas. De a ratos apoyaba suavemente la cabeza en mi antebrazo poniéndome a centímetros de su perfectamente negra pantalla y me permita algún entresueño, algún lento y suave suspiro.
Por fin “carga completa”, pero no sabía si era conveniente empezar a usarlo así, sin funda, sin protector de pantalla, era un riesgo inmenso, ¿y si se caía?, peor aún, ¿y si se rayaba? Me era difícil pensar en cosa peor, en castigo más grande de parte de la providencia. Tenía miedo, un sudor frió empezó a ganar lugar en mi entrecejo.
Los minutos pasaban y no podía decidirme, la caja junto a manuales y cables que no eran esenciales yacía retorcida en el cesto de basura, habían perecido para no solazar al ahora protagonista principal de mis días. Tampoco podía empezar a usarlo sin correr un riesgo mortal, apretaba los dientes, iracundo.
Tome, una bocanada de aire, me concentre, me prepare apretando mi mano antes fuertemente, y lo tome, lo agarre suave pero firmemente entre mis dedos.
Ahora, si, la emoción era suprema, sin exagerar creo poder haber derramado alguna lágrima, que de seguro censure para no manchar la pantalla.
Encendio luego de varios minutos, e inicio el proceso de personalización, para saber todo de mi, para conocerme mejor que nadie, para guardar mi perfil, todo lo que soy, lo que quiero ser; para hacer mi vida más fácil, no me cabe en la cabeza como había hecho hasta ahora para vivir sin él.
A partir de ahora, me iría a dormir con su música, tendría a la mano la música, toda la música, pasaría horas tratando de decidirme, y a veces no podría hacerlo… ¿que escuchar? Por suerte, ahora me conocía bien, podría sin duda elegir por mi...
Podría contestar todos los correos, mensajes, crear grupos, hacer llamadas, si llamadas; llamar, llamar a todos. Podría instalar cuantas aplicaciones se me ocurran y actualizarlas sin pagar un centavo, solo necesitaría tiempo, pero ¿Qué vale el tiempo?…
Podría tener miles, que digo miles, millones de libros a mi disposición, no me alcanzarían las horas del día para leerlos a todos, pero podre tenerlos, seguramente los tenga, los guarde para mas adelante, para cuando pueda tener un rato, ahora, ¿ por cual empezar…?
Me levantaría con su alarma, apenas unas horas después de haberlo dejado bajo la almohada, lo arroparía conmigo, y dormiría conectado hasta en mis sueños. Podría llevarlo a la ducha pues era resistente al agua, y escuchar las noticias matutinas, incluso podría poder ver el clima y decidir que ropa ponerme, ya nunca mas me sorprendería el sol, ni la lluvia, ni siquiera el viento; si, ahora era más poderoso que el viento…
En el desayuno enviaría adelantaría trabajo, programaría reuniones, contestaría preguntas, participaría en foros, redes sociales…
Ah, pasar horas conectado a redes, mirando fotos y videos de otros, que exponen sus grandes miserias, sus pequeñas alegrías, yo también tengo para exponerme, para que me miren, para mostrarme.
Podre participar de campañas y petitorios, por la justicia, por el bien común, podre ser un ciber militante.
Podre escaparme a un lugar en el que nadie podrá entrar, podre recorrer lugares simulados, sin ver importarme ni nada de lo que me rodea…
Si!, podre comunicarme diariamente con amigos y familiares que no veía hace años, pero que ahora serán tan cercanos…
Tendré acceso a toda la información disponible, todos los conocimientos de la humanidad estar alcance de mi mano, sin esfuerzo, podre saber de todo, sin estudiar nada, podre opinar y opinar, no solo opinar también podre condenar…
La vibración, esa vibración, era como si el aparato no quisiera estar en mis manos, estaba ahora como perdido en mis pensamientos.
Mi rostro se endureció, apretaba los labios, abrí nerviosamente las manos y cerré los ojos mientras escuchaba el precioso aparato destrozándose contra el piso.



viernes, 2 de septiembre de 2016

El Santo

T
ipo común, de cuarenta y tantos, sin sobresaltos, cansado, quizás un poco se había echado al abandonado. No intentaba resistir, medio que se había dejado ganar. Hacia lo que se esperaba de él, todo sin chistar, mas aquellas fantasías de cambiar al mundo y hacerlo un lugar mejor habían quedado relegadas por los años…
Mientras el descreía, un ser omnipresente  lo observaba a la distancia, eternamente sabio y confiado en la humanidad, mascullaba en la soledad del poder una lección esclarecedora, hacia como dos mil y pico de años que salvo algún zarandeo, dejaba a la humanidad en el más libre de los albedríos.
Fue así que aquel día, mientras sorbía ese primer mate de la mañana, y sintió caer sobre sus cienes el peso de un mundo, no percibió dolor, sino agobio, clamores en cientos de lenguas retumbaban en sus oídos, sus ojos se nublaban por las lágrimas que brotaban efusivamente.
Se dirigió presuroso al lavado, y levantando la vista, casi se desploma al ver en el espejo el flamante halo refulgente que aparecía sobre su cuerpo.
Aturdido, dio un paso atrás, y choco con la pared, tenía la boca tan abierta que casi se  ahogaba con tanto aire y las preguntas que surgían a montones; sintió como de repente sujetaba un manual de instrucciones en su mano izquierda.
Se dio presurosamente a la lectura del pequeño libro, no tenía muchas páginas,  eso sí, era profuso en dibujos. Como se lo temía, el referido halo era el corolario de su inminente santificación, cuestión que podría parecer virtuosa, mas analizando fríamente la situación tenía más contras que pros.
Eso no era todo, sino más bien era el comienzo, a medida que avanzara con su sacro camino iría adquiriendo  las características propias de su condición angelical.
Además, también había restricciones, como por ejemplo: no podía develar su condición de santo a nadie, por lo que su primera iniciativa de burlarse de todos sus conocidos se iba por el desagüe. Tampoco podía hacer milagros y/o maravillas en beneficio de sí mismo, ni para familiares directos, tacho la doble por lo previsible del impedimento. Por ultimo no podía obtener tampoco ningún rédito, coima, soborno por su accionar apostólico, con lo que se cancelaba su última posibilidad de poder sacar algo bueno de tal embrollo.
Con los días, trato de digerir su suerte, más se le atragantaba como gofio, ya que a pesar de que buscaba y buscaba, no había cláusula de caducidad o anulación en aquel impuesto contrato.
Su principal pensamiento estaba puesto en encontrar la forma  de quitarse la beatitud. Daba largos paseos y caminaba, en la soledad de la invisibilidad,  descartando una a una, las opciones más inverosímiles.

Primer acto:
Sentado en un banco de la plaza central, tuvo la intención de ponerle la traba a esa viejita que estaba a punto de cruzar la calle, con un pique corto y veloz la intercepto, al principio temía ser demasiado enérgico, pero debía volver a su normalidad y barriéndola cual defensor de ascenso, la pobre centenaria cayó sobre él, mas su halo protector se comportó como una suave almohada, y la anciana quedo inmaculada,  salvándose al tiempo de ser arrollada por ese colectivo sin control que terminaba su recorrido sobre un viejo álamo. Milagro uno. Sus pantalones de tela azul se convirtieron en una túnica de un blanco luminoso.

Segundo acto:
Murmurando entre dientes, se levantó y sacudió Protestaba por su mala suerte, como de una maldad tan grande podía darse una acto tan altruista. Caminaba ahora meditando todo esto para sus adentros, pateaba piedras sin dirección, hasta que una de ellas se proyectó directamente sobre la cabeza de una malhechor que sostenía amenazante un arma exigiéndole el bolso a una dama, cayo redondo. Milagro dos. Un áureo aro se colocó sobre su cabeza como un faro lumínico que alumbraba todo.

Tercer acto:
El mundo se encontraba en su contra, trato de vociferar las más suculentas palabrotas, mas solo salían de sus labios armoniosas melodías románticas.
 En una ventana cercana, sacaba afuera medio cuero una hermosa señorita, gritando y llorando, pues tras ella aparecían amenazadoras llamas. Nunca había visto pelo más largo, rostro más bello, curvas tan proporcionadas. Lamento no tener alas para ayudarla. Milagro tres. Obraba bien, ahora de pensamientos, logrando plumíferas extremidades.

Al recibir ese beso de agradecimiento se sonrojo, paso sus manos por la pequeña cintura, y la acurruco entre sus alas, sonriendo de costado, pensó: después de todo, no estaba tan mal ser “El santo”

Es palabra de…


lunes, 29 de agosto de 2016

Superhéroe de capa roja cuadrille

Tiempos aciagos aquellos, se dejaba atrás la épica futbolera del mundial México ’86, y aprovechando el fagote, se sucedían incidentes extraños en la monótona cotidianeidad de un barrio demasiado al sur del gran Buenos Aires.
El micifuz de la Sra. Sayago, hacía varios días que no frecuentaba las casas de techos bajos en la calle Serrano, todos lo sabían, bien pues la chapas se mantenían silenciosas, sin ese repiqueteo característico de aquel felino galán.
Del fondo de los Airaldi, habían vaciado la soga de colgar y todas las prendas íntimas de la Señora, habían desaparecido. Por último y lo más preocúpate, los corrillos de esquina no dejaban de llevar y traer chimentos sobre la vuelta del hombre gato, el almacén del barrio parecía más una rueda de prensa que una despensa de enseres.
A la hora del ocaso, las persianas se cerraban presurosas, y se aseguraban las puertas con pesadas trancas, era difícil vivir así…
Se necesitaba un sacrificio, un vigilante, un héroe, un alma altruista, desinteresada, brava, intrépida, que no tema hacerle frente a tamaño peligro, eso, eso mismo el fin de las penurias. Más a falta de pan, buenas son las tortas, dice el dicho popular… y en este caso era cuestión de conformarse con el Danielito, joven inquieto y desasosegado que vivía a unas cuadras de los hechos, pero se pasaba las tardes en la calle de tierra frente a los Aceto-Ferreyra.

Nuestro turbado paladín, se dedicaba a subir a la terraza de su tía, y desde allí intimidar a cuanto malhechor transeúnte que pasara por el barrio, el plan era sencillo, amedrentar, disuadir, soliviantar a cualquier atarantado que se le ocurra hacer campo de sus fechorías a aquella tranquila  y periférica comunidad.
Para esto no hacía uso de arma alguna, su mamarrachesca facha era más que suficiente, para mantener al hampa a raya: remera cuello en v pegada al cuerpo que si no fuera por su prominente panza llamaría a la reverencia de unos bíceps bastante abultados, short de piqué celeste cortito y pegado al cuerpo, que dibujaba formas con las que las niñas de la cuadra deliraban, unas medias de toalla rojas, levantadas hasta las rodillas semejaban botas de cuero anglosajonas, por último y lo más importante, la capa cuadrille, de un rojo desteñido flameando con la brisa, completaba esa majestuosa postal.

Nadie supo nunca de la eficacia del filántropo, algunos incluso se dieron el lujo de tomarlo a la chacota, otras hasta se rieron abiertamente, mas tampoco se supo de otro ilícito, no mientras de la mesa de la abuela, faltara aquel rojo y desteñido mantel rojo cuadrille.