Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

sábado, 17 de agosto de 2013

Tarde de ayer

L
a comida estaba preparada como de costumbre, esperándolo a la vuelta de la escuela. Su madre esperaba ansiosa que le contara los avatares del día. No existía nada como algo libre de grasas o sin azúcar. Las milanesas eran la contraparte crocante del suave puré y terminar la comida era suficiente para estar saludable.
Su serie preferida se transmitía en colores originales, en blanco y negro. No necesitaba de un equipo costoso, ni de una pantalla 3d de 42 pulgadas para reír con la sencillez de los tres chiflados o creerse héroe por un rato con el jinete enmascarado.
Mientras su madre lavaba los platos, y acomodaba la cocina, el realizaba la tarea del día. Pronto llegaría la hora de salir.
Cuando el reloj daba las dos de la tarde y las madres descansaban un rato, era la hora del encuentro. Caminaba los cuarenta metros que lo separaban de la casa de Ramón, su socio de aventuras. No necesitaba usar timbre pues no había, tampoco golpeaba las manos, esto no era efectivo. El código era el ruido de la pequeña piedra en el techo.
Remeras manchadas y pantalones gastados,  eran sus uniformes. Se saludaban apenas, no había tiempo para esas formalidades, pronto empezaban el juego justo donde había quedado, antes se redefinían las reglas para darle más coherencia. Podían ser policías, agentes, bomberos, o simplemente los salvadores del planeta contra alguna fuerza alienígena.

Luego, vendria el momento de la destreza, las temporadas de figuritas o de bolitas, se sucedían sin pasar de moda. Una media gastada era el contenedor adecuado para la colección. A veces acudían al juego jugadores foráneos, niños de otras cuadras cercanas, otras debía uno trasladarse al estadio visitante, eso dependía de cual estaba en mejor forma, por lo general la vereda de Don Soto era la adecuada, tenía un gran sector donde no crecía el césped y era lo bastante pareja. Los jugadores se disponían fuera de la chancha marcada por una línea, desde allí lanzarían su mejor elemento esférico con el objeto de introducirlo en el agujero central al que llamaban “opi”.
Él tenía dentro de su colección las bolitas más codiciadas, los llamados aceritos que su padre de profesión mecánico le proveía, esto lo ponía en una posición de privilegio ya que si alguien quería esta mortal arma, debía inevitablemente verlo a él. Nadie ganaba o perdía demasiado, solo lo que podía permitirse, en buenas jornadas podía quedarse con dos o tres bolitas más en la colección, pero el objetivo no era ese, el objetivo mismo estaba en el juego, en compartir, en las charlas, en las noticias que uno podía recabar de “otros” lugares que la mayoría de las veces estaban a menos de dos cuadras.
La voz de alguna de las madres, los llamaba a la merienda, allí compartían por lo común un vaso de “tody” con unas galletitas dulces, esta ceremonia no duraba mucho, pero era necesaria, debían reponer fuerzas, ya que a las cinco de la tarde los jugadores se reunían en la cancha del barrio, un terreno baldío que el tío de Javier había donado al equipo, con la única condición de que se lo mantuviera limpio.
Los jugadores estaban dispuestos, los equipos variaban en número, todo dependía de quienes habían podido venir. No había silbatos, réferis ni público, se jugaba soñando en ser grandes cracs, como si todo un país vibrara con los pases de pelota. A veces, se disponía la formación con “arquero volante” ya que alguno de los habituales jugadores debía enfrentar alguna penalización por haber hecho una macana en la escuela.

En el descanso se bebía agua de la canilla del vecino de enfrente y se disfrutaba de la sombra de aquel viejo paraíso. Alguna anécdota de color hacia correr la palabra, los temas eran sencillos y las sonrisas eran fáciles.
El sol iba cayendo, estiraban el tiempo, a veces con las últimas luces del día se definían las mejores jugadas.
Llegaba el momento de la despedida, que no era tal, solo un saludo, no había tiempo para tales formalidades y después de todo, él sabía que mañana habría otra tarde para volver a jugar.

Fin.-



viernes, 16 de agosto de 2013

El fabuloso caso del hombre que volvió al jardín de infantes

H
abían pasado ya dos meses desde que había rendido esa última materia de la carrera de abogacía, todavía tenía fresco el aroma a las yemas de los huevos y la harina que habían formado parte del ritual de egreso.
Si bien había pasado el espíritu festivo, sus familiares y allegados esperaban ese diploma de finas letras de oro que plasmara ese título tan ansiado “Doctor”.
Se dirigía presuroso a la cuarta oficina del ala este del segundo piso del inmenso edificio de ladrillos a la vista. Subió las escaleras, camino por ese largo pasillo lustrado, paso frente al salón de conferencias y llego al departamento de alumnos.
El funcionario que lo atendió se veía tranquilo y bien dispuesto, lo saludo afectuosamente y se puso prontamente a su servicio.
-Sí, vengo a retirar mi diploma y título, estarán a nombre del Dr. Zapiola, gracias.
Aquel hombre sabía muy bien su oficio, pasaba las hojas del registro con excepcional habilidad, parecía una maquina por su sutileza y precisión.
Esa cara distendida empezó a esbozar signos de preocupación, busco una y otra vez, sus nervios le empezaron a jugar una mala pasada y sus hábiles dedos trastabillaban en las grandes hojas del libro. El sudor manaba de su frente, el nombre no aparecía, debía ser un error sin duda.
Ante este escenario el flamante abogado, comenzó a impacientarse  y su sonrisa primitiva transmutaba en una mueca algo amarga. – ¿Algún problema? , indago. -No, no, no logro encontrar el registro, deme un momento llamare a mi supervisor.
Aquel individuo se perdió tras las bambalinas que escondían el interior de la oficina, se oían corridas revuelo de papeles, cosas que se caían, la escena empezaba a rayar lo increíble.
De repente apareció un hombre de serio semblante y opaco traje con corte inglés. Lo saludo con un firme apretón de manos. -¿El Sr. Zapiola, supongo? – Espero que cual sea el problema lo solucionaran pronto, necesito mi diploma.
-Eso me gustaría Sr., pero al parecer tenemos un faltante en su expediente, no podemos extender el certificado, sin contar con los certificados de niveles anteriores, al parecer, esta extraviado su certificado de jardín de infantes.
Esta parecía una broma de mal gusto, su ceño se fruncía transmitiendo su enojo, el enrojecimiento de su rostro resaltaba en el marco de su inmaculada camisa.
Rápidamente el supervisor trato de tranquilizar la situación y busco una solución rápida al asunto. – No se preocupe, podemos certificar el nivel faltante si supera una simple prueba.
Le extendió una hoja de papel y le pidió que haga una hilera de palotes.
Tomo la hoja con desprecio, tembló al sujetar el lápiz, trazo bruscamente el primer palote, rompiendo la punta perfectamente afilada de grafito.
Una lágrima de rabia cayó sobre el papel, debía aceptar que nunca había aprendido a hacer palotes, pues nunca había ido al jardín de infantes, sabia ahora que debía conseguir en forma urgente un pintorcito azul y una bolsita para la merienda.

Fin.-



miércoles, 14 de agosto de 2013

“El Doctor de la ley”

Subió cada peldaño con entereza, sus pies trasmitían la fuerza necesaria para elevarlo. Su traje de tela importada y fino corte se movía sutilmente con la brisa de la tarde.
La corte de aplaudidores oficiales se amontonaba para saludarlo, reconocía algunos de los rostros, ya que habitualmente los veía, pero si le preguntaban cuál era el trabajo que desempeñaban, seguramente no conseguiría salir del aprieto.
La multitud se acomodaba ante él, traída en camiones y colectivos para escucharlo, evidentemente los punteros habían hecho bien su trabajo, valían cada peso que le cobraban.
Acomodo sus anteojos, y se posiciono frente al atril, mientras  escuchaba la voz del presentador que hacia un extenso recorrido por sus credenciales, todas ellas incomprensibles para el vulgo.
No acostumbraba preparar discursos para enfrentar estos actos, no valía la pena perder tiempo en ello, tenía un par de ideas claras y sobre ellas improvisaba. Sabía que los aplausos saldrían desde el palco y desde allí se contagiarían, diga lo que diga.
Empezó con las palabras vacías de costumbre, y siguió por la descripción de los problemas de siempre, entrelazando anuncios rimbombantes de soluciones de discutida eficacia.
Fue entonces cuando su mirada se clavó en esa mirada perdida, esa mujer que sostenía a su niño en brazos. Podía apreciar desde lejos las arrugas de su rostro curtido por el tiempo, las preocupaciones y el cansancio habían hecho su trabajo. Sus ropas rusticas parecían rasparle los ojos, eran como un pale de lija, podía ver esos colores desgastados y esas manchas horrendas. Parecía que sus habituales mentiras, no podían convencerla, ella estaba alii solo por obligación, pero a pesar de su indudable poder no lograba doblegar su espíritu. Su cuerpo estaba allí, hasta su semilla le debía pleitesía, pero su alma, atreves de esa mirada escapaba.
Se preguntó cuánto se podía encarcelar un espíritu libre, se preguntó si ese germen estaría en alguna otra mirada. Recorrió el auditorio afanosamente buscando, busco y busco, una gota fría creció desde el centro de su frente y mientras recorría su cara enrojecida, sus ojos seguían la frenética recorrida.
No logro dar con otra mirada igual, tomo una bocanada de aire, termino su oratoria, trato de dejar atrás ese mal momento, pero desde ese instante no pudo ya borrar ese peso en su corazón, lo acompañaría hasta su auto importado aquel que lo llevaría a ese barrio cerrado que interponía la distancia necesaria actuando como un domo de la putrefacta inmundicia que se respiraba en ese barrio de ignorantes.
Fin.-


martes, 13 de agosto de 2013

Transito

C
irculaba lentamente por las calles intransitadas de su barrio, buscando la confluencia con la arteria principal, el recorrido asemejaba a un rió caudaloso que se nutria de pequeños cursos de agua.
Debía luchar a brazo partido contra la humedad que se condensaba en los vidrios, parecía obstinada en velarle la mirada y dejarlo aislado en el interior de su auto compacto.
Luego de superar el ultimo semáforo, la fila de autos se atasco, circulaba lentamente, a paso de hombre, el mono volumen le resultaba conocido, sobre todo por la combinación de colores, igual a la de su empresa, quizás uno de los móviles destinados a la visita de clientes.
Bebía su café cuando la fila freno bruscamente, parte del liquido se derramo sobre su corbata, que hermosos color, que pena que ya no sirva. No podía recordar porque la había seleccionado hoy del corbatero, es más ahora que lo pensaba, no podía recordar que había desayunado y como había salido de su casa, solo podía retroceder hasta el momento en que conducía su auto.
La fila seguía moviéndose de a metros, la visibilidad no había mejorado y su paciencia empezaba a decaer. Empezó a tratar de recordar sus últimos días, solo logro llegar a ese sitio recurrente, esa sala de terapia intensiva que lo había recibido luego de su episodio cardiaco, había pasado allí demasiado tiempo, podía describir con detalles aquel cuarto.
Por fin la fila, parecía avanzar otra vez, pero el mono volumen volvió a frenar. Ya era demasiado, no podía seguir esperando que este incauto aprendiera a manejar, en una rápida maniobra lo supero y por el empañado cristal del acompañante logro divisar una silueta familiar, conocida, quizás un compañero de la seccional sur, quizás su amigo, con el que jueves a jueves jugaba o intentaba jugar al paddle.
No logro deshacerse de la incertidumbre sobre si conocía aquel vehiculo cuando alcanzo el siguiente, este parecía el auto de su hermano, aquel deportivo que rugía al tacto del acelerador, mismo color, mismo sonido, no pudo al superarlo divisar al conductor.
Su curiosidad iba en aumento, y ahora parecía ver el auto de su tía, ese antiguo auto inmaculado que parecía de colección, la anciana mantenía ese color te con leche como si recién hubiese salido de la fabrica allá por los años 70.
No daba crédito a lo que veía, ahora era indudable que este auto que superaba era el auto familiar, si bien no alcanzo a ver la placa esa hendidura en el guardabarros era mas que conocida, ya que el mismo la había hecho aquel día de campo. Trato de frenar pero atrás de el se había alineado una gran cantidad de conductores impacientes como el y las luces parecían empujarlo hacia adelante.  Pudo divisar por el vidrio empañado un rostro femenino con actitud cabizbaja, solo eso, los rasgos centrales se difuminaban en la humedad.
El siguiente vehículo de esa fila lenta era particular, oscuro, sombrío, en contraste con las coloridas flores que llevaba, la intensidad de las sensaciones crecían con los metros que recorría, ahora parecía que su garganta se cerraba, podía sentir el ritmo a tope de sus latidos.
Otro móvil, el que parecía encabezar la fila, era tan sombrío como el anterior, quizás mas, ya que no tenia contrastes, solo una larga ventana con un pequeño cartel, había allí un nombre, trato de divisarlo, desesperadamente limpio el vidrio empañado, reconocía la morfología de las palabras, las había escrito miles de veces, de repelente, todo empezó a cobrar sentido, entendió lo que se negaba a entender minutos atrás.
Nunca había salido de aquella sala de un blanco inmaculado, lo sabia ahora que había terminado de leer su nombre.


Fin.-

Agua

U
na noche helada le daba paso a un gélido amanecer, era la hora fría que antecede al alba. Como de costumbre, los sonidos graves del reloj marcaban el comienzo de la jornada. Las cobijas que lo habían recibido y arropado parecían empeñadas en no dejarlo ir. Venció el forcejeo, se dirigió a la cocina, tomo la pava, la puso bajo el grifo para preparar una infusión caliente y reconfortante, pero a cambio sólo recibió un ruido ronco de cañerías viejas.

Probó con las canillas del baño, pero no tuvo mejor suerte. Miró dentro de la heladera, y consiguió hacerse de un precioso medio litro de agua que había quedado en una jarra. Ahora si, completó la operación utilizando la última cantidad de líquido que disponía, seguro de que un desperfecto de pronta resolución era lo que lo privaba momentáneamente de algo tan común como el agua.
Su café desprendía un aroma intenso, se dispuso a disfrutarlo, sentado a la mesa del comedor, mirando las noticias matutinas. De nada valía apurarse a tomar el habitual baño, el día estaba perdido, otra incomodidad momentánea.
Mientras daba ese tan ansiado primer sorbo, encendía el televisor, las placas rojas inundaban la pantalla, imágenes de corridas a los supermercados y almacenes se sucedían, todo el mundo peleando por una simple botella de agua. Los titulares eran concluyentes,  el agua dulce se había extinguido, todo lo que quedaba de ella era lo que hubiera embotellado.
Sonrió nerviosamente, siguió saboreando su bebida, entendió en ese momento que era el último placer del que disfrutaría. Tenía menos de siete días para conseguir algo que beber o moriría sufriendo los dolorosos estertores provocados por la deshidratación.


FIN._

El Rompecabezas

S
u vida parecía haberse detenido estos últimos años, y aunque hacía poco tiempo era prometedora hoy se asemejaba más a una barcaza estancada.
No podía quejarse del trabajo, después de todo en estos tiempos era un lujo tenerlo, pero en él solo bastaba con asistir, no debía hacer nada fuera de lo ordinario, de hecho hacerlo era buscarse los reproches del supervisor.
En cuanto a su vida social, esta estaba acotada al saludo diario de los vecinos, y comerciantes de su barrio, así como algún intercambio casual con sus compañeros de labor. Los antiguos amigos habían proseguido con sus caminos, cada vez más apartados del suyo y hacía muchos años que no sabía de ellos. De su familia poco sabía, ya que una pelea provocada por algo que ya ni recordaba los mantenía alejados.
Recordaba muy bien la última vez que la vió, ella lucía unas coletas altas. Era sin lugar a dudas la imagen más cercana que tenía del amor.
Un día como cualquier otro, al regresar a su hogar, vió que el cuarto piso estaba revolucionado, gente que iba y venía llevando paquetes, parecía una mudanza, pero tristemente no lo era. Su vecina de más de ochenta años no había despertado ese día y la parentela se ocupaba de llevarse hasta el último trasto de valor. Recordaba con cariño a la anciana, sobre todo lo que ella solía decirle “todo llega cuando uno está listo”, luego de esta frase extendía sus manos con una sabrosa tarta de ricota, uhm! todavía podía sentir ese aroma a limón.
Al pasar por la puerta donde había vivido la anciana vecina, encontró a uno de sus hijos, el menor de ellos quien buscaba afanosamente algún dinero entre las hojas de los libros de la biblioteca, los que una vez revisados iban a una pila en el centro del comedor. La charla con él fue casual, le presentó sus respetos y ofreció ayuda. El hijo se mostró compungido, mientras seguía la pesquisa. Cuando se disponía a dejar esta escena, una caja cayo al piso y de ella brotaron muchas piezas de lo que parecía un rompecabezas. Le llamó la atención los colores radiantes del mismo, ya que la caja tendría por lo menos un centenar de años.
El hijo aprovecho su interés en el objeto para apurar la despedida, -¿La querés?, no tiene ningún valor, va a la basura. Aceptó rápidamente la oferta, mientras se lamentaba internamente por la pérdida de esos incontables libros que conformaban la biblioteca.
Llego a su departamento, limpió una mesa que funcionaba como depósito de todo lo que no tuviera lugar definido, y allí alojo la caja que contenía el rompecabezas. No tenía inscripciones ni nombres, solo un ribete dorado que adornaba sus bordes. 
A pesar de no haber tenido nunca inclinación por este pasatiempo, se interesó en él, sentía mucha curiosidad, los colores, las formas, el tamaño de las piezas y ni hablar del contraste con esa antigua caja.
Luego de la cena, se dedicó por entero a la empresa del armado, las piezas parecían acomodarse con cierta gracia y los colores que eran llamativos en las piezas separadas, en el conjunto se volvían armoniosos. Esa noche, un tercio de la imagen había quedado concluída, sin embargo, no podía decir con exactitud qué estaba retratado en el conjunto.
Al día siguiente salió apurado, no le gustaba llegar tarde y el tren solía ir con gente saliendo por las ventanas. Cuando llegó a su trabajo revisó el correo, como de costumbre, y encontró dos sobres que le llamaron de inmediato la atención. Uno de ellos era de una empresa competidora, en la que había dejado un curriculum hace meses, le proponían una entrevista para la semana entrante, necesitaban cubrir el puesto de gerente creativo. El otro provenía de un viejo amigo que volvía de una exitosa gira por el exterior y lo invitaba a una reunión de reencuentro.
Dos novedades más que interesantes rompían con una monótona inercia de años.  Al volver de su trabajo, sintió la necesidad  de seguir con el armado del rompecabezas. En esta oportunidad le dió vida casi a la  totalidad del mismo, y podían divisarse las líneas de un rostro femenino.
No sospechó ninguna relación entre los acontecimientos de las últimas horas, sin embargo su  estado de asombro trepó al un máximo cuando sonó el teléfono y del otro lado escuchó la voz de su padre que lo saludaba. Mientras le caían lágrimas por las mejillas, prestaba atención a cada palabra que le decía el viejo hombre, le explicaba que no importaba porque estaban distanciados, que él y su madre lo querían por sobre todo y que necesitaban volver a verlo.
Colgó el teléfono e intentó pensar, ¿que había hecho diferente?, ¿Cuál había sido el detonante para que las cosas empezaran a llegar? Lo único diferente era ese misterioso rompecabezas.  Al mirar hacia él, volvía a llamarlo la necesidad de completarlo, y pronto sucumbió al deseo.
Pieza a pieza completaba la imagen, un hermoso rostro lo contemplaba con vívidos colores, un rostro familiar, conocido, casi podía sentir la tersa piel, esa mirada cautivante, esa sonrisa contagiosa. Pero faltaban piezas, no podía terminarlo, la tristeza oprimía su corazón. No había remedio.
Pasaron, minutos, horas en los que cavilaba recorriendo el cuarto, tratando de encontrar una salida. Debía terminar esa construcción.
De pronto,  lo había entendido, era el retrato de su antiguo amor, y al completar esa imagen en su mente, su vida fue recuperando el sentido.
Buscar las últimas piezas era inútil, no existían o se habrían perdido a través de los años, cerró la puerta de un golpe y salió a buscarla.  Sólo encontrándola, podría completar la imagen y ser feliz.


Fin.-

Una fría mañana de Julio


Era otra mañana fría de Julio, la oscuridad todavía cubría la ciudad. El transito corría como si fuera una manada de animales alocados tratando de llegar vaya a saber uno dónde. Una especie de bruma generaba una aureola amarillenta en la luz de calle. En la parada se amontonaban las mismas personas de siempre, con el tiempo había aprendido a reconocerlos. Se había disfrazado con su ropa gris de oficina y había tomado su lugar en la larga fila que lo llevaría a ese colectivo 60.

Subió último, aunque su lugar promediaba la larga fila, creía que debía mostrarles a los demás que aun alguien creía en la caballerosidad. Saludo al chofer, deseándole buen día, como de costumbre no recibió a cambio ni un gruñido, no le importaba, creía que este acto humanizaba un poco la automática rutina. Una a una introdujo sus monedas, y espero el boleto. Paso a paso se dirigió a esos últimos asientos dobles, por lo común vacíos, que eran “su” lugar, desde allí contemplaba los avatares del mismo viaje de los últimos 20 años.
Se sorprendió al ver que uno de los asientos estaba ocupado. Una larga cabellera castaña, se corría y dejaba ver ese rostro, tan familiar, tan hermoso. Esos iris marrones lo llevaron al abismo de sus pupilas y allí cayó, eternamente por un túnel, la velocidad era incomprensible, solo veía siluetas en forma de vortex, colores entremezclados, sin sonidos, el silencio era absoluto.

El túnel terminó, lo conectó con otro lugar, uno querido, familiar, una cocina armónicamente decorada, donde los colores pasteles y beige se entrelazaban, una ventana mostraba los primeros rayos de un sol brillante, apenas presente en un cielo azul claro.
El silencio se rompió de golpe:-Cielo, ¿más café?, frase que parecía continuar una conversación anterior. Asintió, ella sonrió, siguió cautivado por sus ojos y ahora podía ver esos hoyuelos a ambos lados de sus finos labios. Siguió el desayuno, con una conversación tranquila, se sentía feliz de estar a su lado,  seguro como nunca antes, sin desear otra cosa que quedarse con ella. Nunca había sentido esa conexión. Se acercó y la rodeo con sus brazos, podía sentir su corazón latiendo al unísono con el suyo. Se sentía abrigado, contenido, feliz, completo.
Un fuerte movimiento, entremezclo todas las imágenes y colores, cayo otra vez en el abismo de sus ojos, otra vez el silencio, los colores en vortex, el colectivo que frenaba en la terminal y todos los pasajeros que se empujaban para tratar de salir unos por encima de los otros. Ella le devolvió una sonrisa y pidió permiso para pasar.
Se perdió en la multitud, él todavía estaba shoqueado, no entendía. Caminaba como un autómata, pensaba, trataba de comprender. No podía haber sido solo un sueño, fue real, se decía una y otra vez.
Al llegar a la puerta de metal en doble altura que franqueaba el ingreso a su trabajo, un brillo especial se apodero de su mirada, tenía una posible explicación. Todo aquello había sido cierto, en algún otro universo, en algún otro tiempo, estaban juntos,  tenían una vida, eran felices.
Atravesó el umbral con una sonrisa en el rostro, pensando que quizás ese universo esté en su futuro.


Fin.-

La recurrencia infinita


u niñez no fue diferente a la de cualquier chico de barrio, perteneciente a una familia trabajadora de clase media. Era activo y curioso pero nadie le atribuía rasgos de inteligencia más allá de lo normal.
Sin embargo, desde muy pequeño, sintió que algo no estaba bien, algo no encajaba con lo que todos aceptaban de la realidad
Su juventud transcurrió sin grandes sobresaltos, si bien algunos lo calificaban como muy inteligente, nadie le dio algún crédito por ello. Respecto a sus estudios, parecía no dar con su vocación, estudio toda  carrera que tuviera a los números como protagonistas.
Leía cuanta publicación de divulgación científica, llegaba a sus manos, algunos creían que le gustaba hacerlo, pero en realidad, el buscaba afanosamente, algo; no sabia que, pero ese algo debía dar respuesta a ese vacío que sentía, esa sensación de que al rompecabezas de la realidad, le faltaban piezas.
Fue entonces cuando sucedió, podría haber sido en cualquier momento, años atrás, años después, pero si hubiese pasado antes, quizás el no hubiera tenido la formación que le permita darse cuenta de lo que tenia frente a sus ojos.
Muchas veces pasan delante nuestro soluciones a problemas que no entendemos, y por ello no las reconocemos.
Fue una moneda, una simple y común moneda, la que inspiro el pensamiento, que pasa si se arrojar una moneda al aire, ¿caerá con la cara hacia arriba?, ¿hacia abajo?¿no hay una sola respuesta, verdad?
Cualquiera “sabe”, que no existe una sola respuesta, sino que existe una probabilidad, y que esta se relaciona con la cantidad de tiradas y las opciones (en este caso dos), y digo “sabe” por que sabe a la sobra de las teorías que modelan nuestra realidad; pero el no lo sabia o mejor, sabia otra cosa, o no quería saber, se sumergió de pronto en un abismo, en una idea que lo atrapo y lo envolvió. Ya no pudo pensar en otra cosa, ya no pudo hablar mas, debía terminar de construir esa idea, por fin lo había encontrado, lo que faltaba, lo que el mundo no veía, lo había encontrado por fin, en el desorden, en los giros aéreos de un trozo de metal con el rostro de un sol brillante, pudo verlo, pudo saberlo, el azar no existía.
Minuto a minuto, iba dibujando su teoría, y se maravillaba con lo simple de sus trazos, de la importancia que tendría, ya nadie podría atribuir su destino a la suerte o al azar, el determinismo daría un golpe abrumador.
Pensaba, la moneda, la moneda era quien le había mostrado el camino, si esa moneda al ser arrojada caía con una secuencia como cara (C), seca (S), CC, S, CC, SSS, …  todos dirían que el siguiente resultado dependía del azar, pero el no, el sabia que tal cosa no existía, ahora lo sabia bien, sabia que si se contaba con una serie lo suficientemente larga, tal que permita la comparación con uno de sus tramos, se encontraría un segmento común, con la diferencia que en la serie primaria ese segmento contendría el siguiente resultado. Y no solo eso, sino que esa serie contendrían todos los resultados de todas las posibles preguntas, situaciones, eventos.
Debía comprobarlo, debía hacerlo, pero ¿cómo construiría esa serie casi infinita?, una serie cíclica de radio infinito, si, ese anhelo lo desvelaba.
Un programa informático, hoy la capacidad y la velocidad de una computadora lo haría posible, hoy podía hacerlo, no hacía falta demasiado, solo el código correcto.
Escribió cada línea de código, sin descanso, sin pausa, lo consumía por completo, había olvidado su vida, el cordón que lo había mantenido con los pies en la tierra sea había cortado, solo probar la teoría, podría devolverlo al mundo.
Por fin estaba todo dispuesto, solo debía confirmar con una tecla la orden, caviló, dudo, ¿era justo que el reclame todo lo que se puede saber? De pronto su dedo actúo por si, siguiendo las órdenes de la inconciencia, ya estaba hecho el programa corría con inmensa velocidad y generaba la serie cíclica, madre de todas las series, habría que darle tiempo, crecía exponencialmente, solo unos minutos más.
Los minutos, se hicieron edades del mundo, todo había perdido parámetro, el se permitía ahora pensar en el futuro, como seria le mundo sin el azar, como seria conocer todo, saber el fin de cada camino, el resultado de cada elección, simbolizados en los giros  y el devenir de una moneda lanzada al aire.
La serie crecía, era ya más extensa que cualquiera conocida, pronto podría probar su teoría, CCCCCC, S, C, S, CCC, SSSSS, CSSS, SS….Pronto no habría mas dudas.
Nadie podría ser engañado, ya no más, todos sabrían todo, ya no habría diferencias, seria como entender la mente del creador.
Las letras inundaban la pantalla, CCCCCC, S, C, S, CCC, SSSSS, CSSS, SS….
Pero, ¿hacia lo correcto?, otra vez la duda, otra vez mil, millones de voces lo increpaban,  nada tendría el mismo gusto, nada tendría la misma emoción, todo estaría determinado, toda existencia estaría definida en la serie, nadie podría escapar, el asombro, la ilusión, desparecerían con el azar.
El no podía arrogarse esa decisión, no podría perdonarse acabar con la esencia de la humanidad, lo imprevisible y efímero de nuestras vidas, lo que realmente nos emociona, y nos lleva a crear.
El no podía, no debía, ¿Cómo detenerlo? ¿Como detenerse? Por vez primera quiso no saber, no armar ese rompecabezas, quiso aceptar que las piezas no encajen.
Enloqueció, solo veía la serie en la pantalla, solo veía el final, el punto que marcaria el fin de lo imprevisible.
En un arranque de desesperación se incorporo y arrojo la computadora al piso, chisporroteo, se quebró, la pantalla mostró una ultima vez la serie, pudo ver …SS, CCCS, S, C, S, S, punto final, la pantalla vacilo, y se apago, se apago y ya no mostró nada más.

Fin.-