Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

martes, 13 de agosto de 2013

El Rompecabezas

S
u vida parecía haberse detenido estos últimos años, y aunque hacía poco tiempo era prometedora hoy se asemejaba más a una barcaza estancada.
No podía quejarse del trabajo, después de todo en estos tiempos era un lujo tenerlo, pero en él solo bastaba con asistir, no debía hacer nada fuera de lo ordinario, de hecho hacerlo era buscarse los reproches del supervisor.
En cuanto a su vida social, esta estaba acotada al saludo diario de los vecinos, y comerciantes de su barrio, así como algún intercambio casual con sus compañeros de labor. Los antiguos amigos habían proseguido con sus caminos, cada vez más apartados del suyo y hacía muchos años que no sabía de ellos. De su familia poco sabía, ya que una pelea provocada por algo que ya ni recordaba los mantenía alejados.
Recordaba muy bien la última vez que la vió, ella lucía unas coletas altas. Era sin lugar a dudas la imagen más cercana que tenía del amor.
Un día como cualquier otro, al regresar a su hogar, vió que el cuarto piso estaba revolucionado, gente que iba y venía llevando paquetes, parecía una mudanza, pero tristemente no lo era. Su vecina de más de ochenta años no había despertado ese día y la parentela se ocupaba de llevarse hasta el último trasto de valor. Recordaba con cariño a la anciana, sobre todo lo que ella solía decirle “todo llega cuando uno está listo”, luego de esta frase extendía sus manos con una sabrosa tarta de ricota, uhm! todavía podía sentir ese aroma a limón.
Al pasar por la puerta donde había vivido la anciana vecina, encontró a uno de sus hijos, el menor de ellos quien buscaba afanosamente algún dinero entre las hojas de los libros de la biblioteca, los que una vez revisados iban a una pila en el centro del comedor. La charla con él fue casual, le presentó sus respetos y ofreció ayuda. El hijo se mostró compungido, mientras seguía la pesquisa. Cuando se disponía a dejar esta escena, una caja cayo al piso y de ella brotaron muchas piezas de lo que parecía un rompecabezas. Le llamó la atención los colores radiantes del mismo, ya que la caja tendría por lo menos un centenar de años.
El hijo aprovecho su interés en el objeto para apurar la despedida, -¿La querés?, no tiene ningún valor, va a la basura. Aceptó rápidamente la oferta, mientras se lamentaba internamente por la pérdida de esos incontables libros que conformaban la biblioteca.
Llego a su departamento, limpió una mesa que funcionaba como depósito de todo lo que no tuviera lugar definido, y allí alojo la caja que contenía el rompecabezas. No tenía inscripciones ni nombres, solo un ribete dorado que adornaba sus bordes. 
A pesar de no haber tenido nunca inclinación por este pasatiempo, se interesó en él, sentía mucha curiosidad, los colores, las formas, el tamaño de las piezas y ni hablar del contraste con esa antigua caja.
Luego de la cena, se dedicó por entero a la empresa del armado, las piezas parecían acomodarse con cierta gracia y los colores que eran llamativos en las piezas separadas, en el conjunto se volvían armoniosos. Esa noche, un tercio de la imagen había quedado concluída, sin embargo, no podía decir con exactitud qué estaba retratado en el conjunto.
Al día siguiente salió apurado, no le gustaba llegar tarde y el tren solía ir con gente saliendo por las ventanas. Cuando llegó a su trabajo revisó el correo, como de costumbre, y encontró dos sobres que le llamaron de inmediato la atención. Uno de ellos era de una empresa competidora, en la que había dejado un curriculum hace meses, le proponían una entrevista para la semana entrante, necesitaban cubrir el puesto de gerente creativo. El otro provenía de un viejo amigo que volvía de una exitosa gira por el exterior y lo invitaba a una reunión de reencuentro.
Dos novedades más que interesantes rompían con una monótona inercia de años.  Al volver de su trabajo, sintió la necesidad  de seguir con el armado del rompecabezas. En esta oportunidad le dió vida casi a la  totalidad del mismo, y podían divisarse las líneas de un rostro femenino.
No sospechó ninguna relación entre los acontecimientos de las últimas horas, sin embargo su  estado de asombro trepó al un máximo cuando sonó el teléfono y del otro lado escuchó la voz de su padre que lo saludaba. Mientras le caían lágrimas por las mejillas, prestaba atención a cada palabra que le decía el viejo hombre, le explicaba que no importaba porque estaban distanciados, que él y su madre lo querían por sobre todo y que necesitaban volver a verlo.
Colgó el teléfono e intentó pensar, ¿que había hecho diferente?, ¿Cuál había sido el detonante para que las cosas empezaran a llegar? Lo único diferente era ese misterioso rompecabezas.  Al mirar hacia él, volvía a llamarlo la necesidad de completarlo, y pronto sucumbió al deseo.
Pieza a pieza completaba la imagen, un hermoso rostro lo contemplaba con vívidos colores, un rostro familiar, conocido, casi podía sentir la tersa piel, esa mirada cautivante, esa sonrisa contagiosa. Pero faltaban piezas, no podía terminarlo, la tristeza oprimía su corazón. No había remedio.
Pasaron, minutos, horas en los que cavilaba recorriendo el cuarto, tratando de encontrar una salida. Debía terminar esa construcción.
De pronto,  lo había entendido, era el retrato de su antiguo amor, y al completar esa imagen en su mente, su vida fue recuperando el sentido.
Buscar las últimas piezas era inútil, no existían o se habrían perdido a través de los años, cerró la puerta de un golpe y salió a buscarla.  Sólo encontrándola, podría completar la imagen y ser feliz.


Fin.-

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