Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El código - Capitulo I: Él


Que quien busca no deje de buscar hasta que encuentre, y cuando encuentre se turbará, y cuando haya sido turbado se maravillará y
reinará sobre la totalidad y hallará el reposo" Clemente de Alejandría, 190 D.C.

M
auro Rodríguez vivía en una de las casas más antiguas de la ciudad, ubicada en la esquina tradicional de Venezuela y Bolívar, muy cerca de la llamada manzana de las luces, en el centro de la capital Argentina, la había heredado de sus padres, y estos de sus abuelos, pudiendo continuar la línea de ancestros propietarios hasta los primeros habitantes porteños.

Era un hombre de mediana edad, de mirada intrigante, escondida tras unos anteojos de fino armazón de metal. Su nariz respingada denotaba una pertenencia étnica mediterránea. Su ocupación no era conocida, aunque no parecía faltarle el dinero, nunca se le conocido un trabajo rentado.
Mantenía una lejanía tal con sus vecinos que podía representarse con un equilibrio perfecto, no era ni demasiado afable como para tener que intercambiar más de las palabras de rigor, ni demasiado introvertido como para despertar comentarios.
La muerte de sus padres, le dejo otra dote que la antigua construcción, una más pesada e intrigante. Debía ser el guardián de un antiguo portal, ubicado en el sótano de la vieja casa. No sabía a donde conducía, ni porque estaba allí. Solo sabía que para abrirlo se necesitaba una combinación, un código, que se le revelaría cuando cada uno de los antiguos guardianes desapareciera.
Cada mañana se sentaba en el bar frente a su casa, y con el pretexto de cumplir con el rito del desayuno, se daba a la tarea de revisar los avisos fúnebres locales. Esta encomienda había sido cumplida por su padre, y por muchos otros descendientes miembros de una antigua sociedad europea cuyo origen remontaba al origen de la era cristiana y que había migrado a estos territorios en el siglo XVII con algunos integrantes de la orden Jesuítica a la que se le cedían terrenos en la naciente Buenos Aires.
Esta sociedad no se dedicaba al comercio, ni a las artes, ni a la investigación, su único objetivo era proteger un secreto.

La pesquisa hacía muchos años que no daba resultados ya que el proverbio clave debía aparecer junto al obituario del senescal fallecido,  no aparecía en las páginas que día a día revisaba. Su frustración iba en aumento con las temporadas.
Por las tardes  descendía las viejas  e interminables escaleras de la casa hasta el sótano, donde un oscuro ambiente apenas iluminado por la combustión del cebo de una vela guardaba una ornamentada puerta pesada de metal, cuyo centro tenía un gran dial de combinaciones numéricas con forma de sol.
Una vez allí, limpiaba con un viejo paño cada recoveco, desalojando cada mota de polvo, mascullando amargamente sobre el secreto que guardaba tan impenetrable barrera, frustrado, quizás hasta avergonzado.
Como siempre, cuando las cosas parecen eternizarse en su estado, es un solo pequeño incidente, a veces una mirada, lo que desencadena el cambio. Esa mañana, cuando el tiempo parecía detenido, de pronto se activó y  la solución a su estancamiento vino de la mano del diario de siempre, pero no de las paginas habitualmente indagadas, sino de un anuncio en doble página central que decía “Si no lo encontras en nuestro buscador, no existe”, aviso que hacía referencia a un nuevo motor de búsquedas por internet.

Levanto la mirada y observo junto a su mesa una joven morena sentada frente a una tablet, tan concentrada en la lectura que parecía no dar cuenta de nada de lo que acontecía a su alrededor.
Sonrió levemente, reconociendo la simpleza de lo evidente, las cosas habían cambiado desde que su padre lo había dejado, los medios de papel ya no eran los únicos, existían hoy muchos y muy variados  que podían darle el anuncio esperado.
Pidió permiso a aquella dama para compartir su mesa, y luego de una breve charla, en la que conquisto varias veces el brillo de sus ojos, le solicito la gentileza de dejarlo utilizar su equipo unos minutos.
Ingreso la clave presuroso, tratando de ocultarla a la vista de otros, “Lo que buscáis ya ha llegado, pero no lo conocéis.”,  y más de diez resultados coincidieron con su búsqueda, de los cuales 5 eran avisos mortuorios. No daba cuenta de lo que veía, pronto en una servilleta escribió cada una de las fechas de nacimiento de los occisos, no reparando ni siquiera en la presencia de la joven. Recupero por un instante su gentileza y la saludo, pago la cuenta, y cruzo la calle casi sin mirar, ni siquiera las ruidosas bocinas de los autos lograron llamarle la atención.
Bajo presuroso las escaleras, llevaba en una de sus manos la servilleta y en la otra el candelabro cuya cera caliente le quemaba los dedos.

Recorrió cada peldaño, trastabillo hasta que logro llegar frente al dial, le faltaba el aliento, su pulso daba cuenta de la inmensa excitación de su corazón parecía querer salírsele del pecho.
Una a una introdujo las fechas, haciendo girar el inmenso sol, los rayos con números se iban encastrando uno a uno,  hasta que por fin, se oyó un chirrido de engranajes que se movían, una nube de polvo se adueñó del ambiente apagando la llama que dejo de entregar su pálida luz.
Del otro lado del portal, un pasillo largo y oscuro apenas iluminado por una especie de fluorescencia yacía ante sus pies.
Dio los primeros pasos cautelosos, pronto camino con paso más vivo, sin mirar atrás.
De pronto un fuerte ruido lo inmovilizó, la puerta se había cerrado bruscamente, el leve sonido de pasos acercándose  lo confirmo, era inminente alguien había venido con él, su descuido y la emoción lo habían traicionado, no estaba solo…


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Carta abierta a la comunidad

He llegado a esta difícil situación en la que me encuentro luego de varios años de trabajo, y me veo obligado a escribir estas líneas ya a la fecha veo peligrar el correcto desempeño de mi función para las navidades que se avecinan.
En primer lugar quiero desmentir ese rumor que varios programas de chismes faranduleros han puesto a correr, yo no soy los padres, aunque muchas veces recibo su invalorable ayuda y colaboración.
Así mismo me gustaría solicitar tengan a bien incluir en sus respectivos domicilios una vía de acceso segura para mi entrada, permanencia y salida,  atento a que últimamente, la presencia de perros asesinos, alarmas, cercos electrificados, rayos laser y equipos swat, dificultan el ejercicio pleno de mi oficio.

Por otro lado, y en cuanto a la lista de pedidos, sería de gran ayuda que conversen con sus respectivos hijos/as acerca de la problemática económica a nivel mundial, esta firma tenia acciones en varios de los bancos caídos, por lo que sería conveniente restringir los deseos de los pequeños a no más de un artículo por persona. Es oportuno señalar que quien suscribe no hace entregas de material prohibido, ni juguetes de índole sexual, por lo que ruego abstenerse de solicitarlos.
En otro plano me gustaría dejar en claro que yo no soy un camello, esos dromedarios son utilizados por los colegas magos, por lo que ni como pasto, ni bebo agua, recibiría si de buen agrado alguna bebida efervescente bien fría y alguna porción de vitel toné.
Para cerrar, aclaro que el horario de llegada de las entregas, está sujeto a la logística necesaria para cubrir la extensión planetaria, por lo que no se tomaran en cuenta solicitudes horarias.
Sin más para agregar, y con la plena convicción de contar con su colaboración saluda a Uds. Muy atentamente.

Papa Noel.
Laponia sueca, Laponia finlandesa y Groenlandia
0800-333-PAPANOEL
papanoel@Gmail.com


martes, 12 de noviembre de 2013

La caja

C
omo todos los años, él sabía que aquella obligación lo estaba esperando, podía hacerse el desentendido, podía encontrar otra ocupación, pero tarde o temprano debía enfrentar la tarea, nadie más que él podía hacerlo, después de todo era su responsabilidad.
Tenía todo el día libre, así lo había previsto, debía encontrar el momento justo, por lo que dejo pasar la mañana y el almuerzo, trato de no pensar, manteniendo la mente libre para lo que vendría.
Luego de una siesta, preparo los mates, tomo aire inflando el pecho y se dispuso a enfrentar su destino. Bajo del altillo aquella caja de procedencia china, la miro con desprecio, la ubico en el centro de la mesa, cebo el primer mate, sorbió la infusión que estaba a punto del hervor, el dolor que le provocaba cuando recorría los recintos de su boca, lo enfocaba. Necesito encender un tabaco, para tranquilizarse un poco. Mientras las hebras de humo gris lo envolvían, el sudor se había apoderado de su frente y sus manos, ahora sí, estaba dispuesto.

Dio un par de vueltas a la mesa, tomo la tapa de cartón y con un ágil y certero movimiento abrió la caja. Allí, estaban, cubiertas por una fina capa de tierra, en un enjambre incomprensible, sin comienzo ni final, esa tira de cien luces navideñas. Ahora era cuando, ya no podía posponer más su accionar, debía darse a la faraónica tarea de desenredarlas y colocarlas, resoplo y vino a su mente el mismo reproche que lo hostigaba año a año si solo se hubiera tomado unos minutos el año pasado para guardarlas, hoy no sufriría…
Fin.-