Presentación:

« Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que simplemente palabras. Y por eso las luchas por las palabras, por el significado y por el control de las palabras, por la imposición de ciertas palabras y por el silenciamiento o la desactivación de otras, son luchas en los que se juega algo más que simplemente palabras..»

Jorge Larrosa

lunes, 29 de agosto de 2016

Superhéroe de capa roja cuadrille

Tiempos aciagos aquellos, se dejaba atrás la épica futbolera del mundial México ’86, y aprovechando el fagote, se sucedían incidentes extraños en la monótona cotidianeidad de un barrio demasiado al sur del gran Buenos Aires.
El micifuz de la Sra. Sayago, hacía varios días que no frecuentaba las casas de techos bajos en la calle Serrano, todos lo sabían, bien pues la chapas se mantenían silenciosas, sin ese repiqueteo característico de aquel felino galán.
Del fondo de los Airaldi, habían vaciado la soga de colgar y todas las prendas íntimas de la Señora, habían desaparecido. Por último y lo más preocúpate, los corrillos de esquina no dejaban de llevar y traer chimentos sobre la vuelta del hombre gato, el almacén del barrio parecía más una rueda de prensa que una despensa de enseres.
A la hora del ocaso, las persianas se cerraban presurosas, y se aseguraban las puertas con pesadas trancas, era difícil vivir así…
Se necesitaba un sacrificio, un vigilante, un héroe, un alma altruista, desinteresada, brava, intrépida, que no tema hacerle frente a tamaño peligro, eso, eso mismo el fin de las penurias. Más a falta de pan, buenas son las tortas, dice el dicho popular… y en este caso era cuestión de conformarse con el Danielito, joven inquieto y desasosegado que vivía a unas cuadras de los hechos, pero se pasaba las tardes en la calle de tierra frente a los Aceto-Ferreyra.

Nuestro turbado paladín, se dedicaba a subir a la terraza de su tía, y desde allí intimidar a cuanto malhechor transeúnte que pasara por el barrio, el plan era sencillo, amedrentar, disuadir, soliviantar a cualquier atarantado que se le ocurra hacer campo de sus fechorías a aquella tranquila  y periférica comunidad.
Para esto no hacía uso de arma alguna, su mamarrachesca facha era más que suficiente, para mantener al hampa a raya: remera cuello en v pegada al cuerpo que si no fuera por su prominente panza llamaría a la reverencia de unos bíceps bastante abultados, short de piqué celeste cortito y pegado al cuerpo, que dibujaba formas con las que las niñas de la cuadra deliraban, unas medias de toalla rojas, levantadas hasta las rodillas semejaban botas de cuero anglosajonas, por último y lo más importante, la capa cuadrille, de un rojo desteñido flameando con la brisa, completaba esa majestuosa postal.

Nadie supo nunca de la eficacia del filántropo, algunos incluso se dieron el lujo de tomarlo a la chacota, otras hasta se rieron abiertamente, mas tampoco se supo de otro ilícito, no mientras de la mesa de la abuela, faltara aquel rojo y desteñido mantel rojo cuadrille.